Y vino el vendaval y desplomó los templos, los edificios y las casas, entre ellas la suya. En medio de los escombros, todo lo que había tenido dentro apenas aparecía, asomaba si acaso sepultado por el polvo y los restos de la estructura que hacía tan poco contenía su vida. En la llanura desolada que era el paisaje ahora, sólo sobresalía una cosa, aún en pié: allí estaba ella misma.
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