miércoles, 17 de octubre de 2012

Animales

Ayer soñé que estaba en un campo y tocaba la tierra labrada, blanda, y que casi me revolcaba en ella y me extendía panza arriba para mirar el cielo claro. Y de repente veía cruzando sobre mí una bandada eterna de cuervos de diferentes tamaños, un manchón azabache que se movía frenético y ágil alejándose como una flecha en el horizonte. Entonces le seguía una horda de animales coloreados: caballos, antílopes, elefantes, rinocerontes, lagartos. Mamíferos de todo tipo, reptiles, pájaros. Todos de colores, como si hubiesen sido pintados a mano: Sus lomos llenos de paisajes extravagantes en estampida conjunta sobre la sabana celeste. Y tras ellos en una burbuja aparte, tres peces beta gigantes: uno tinto-azulado y dos blancos. Y yo tirada en la tierra encontraba el espectáculo raro, y me atoraba de belleza y le iba contando a la gente que en el cielo corrían animales coloridos e increíbles. Pero las personas apenas asentían como si fuera normal, algo de todos los días, ordinario, obvio sin más.
Al despertar me han retumbado todas las veces que voy maravillada y entusiasmada a contarle a alguien el éxtasis de la existencia de alguna pelusa amarilla y la gente va pasando y mirando sin ver lo exultante y exóticas que son las cosas si no nos acostumbramos a ellas. Siento aún en los ojos el tintineo de los animales arcoíris, y en el corazón una tenue nostalgia por quienes no pueden verlos, por los ciegos; todos, todos los ciegos, incluyéndome a mí misma.

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