martes, 18 de septiembre de 2012

Silencios Nocturnos

Era lunes y el crepúsculo profundo abrazaba la luna nueva que se adentraba entre los callejones, de día tan transitados y amigables, tiñéndolos de un tenebroso azul renegrido. La luz del alumbrado público se había tragado todas las estrellas. Los gatos se deslizaban sobre los tejados sigilosos, escurriéndose como sombras lánguidas, huidizos. Todo lo demás reposa: los edificios, los parques, las calzadas, los letreros de neón. Todo descansa y se expande y contrae al ritmo de la respiración aletargada. Esta es una ciudad grande, pero no hay ronquidos, sólo el sonido apacible del ronroneo adormecido intercalado con el mutismo de la noche. Y pronto su mente despega y la ciudad sueña. Sueña que es una mujer que en otra ciudad está en su cama y está dormida y sueña que es una ciudad que se llama Amanda. Es un nombre hermoso para una ciudad, pero nadie lo sabe y nadie lo pronuncia, porque mientras eso acontece, absolutamente todas las ciudades duermen.

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