martes, 18 de septiembre de 2012

Silencios Eróticos

Te acaricio la espalda con la lengua. Soy todo gusto, todo olfato, todo tacto. Muerdo tu nuca en pequeños trozos, te huelo. Huelo el almizcle que guardas entre los dedos, en los recovecos de la piel, te rastreo. No sé que busco pero encuentro. Me recuesto, recupero el aliento, pongo mi cabeza en tu abdomen y me retuerzo; la giro de lado a lado, me refriego. Me impregno en tu aroma y me voy moviendo, deslizándome, sintiendo la vibración conjunta de los cuerpos. Llevo mis omóplatos como alas contra tu pecho, mis nalgas sobre tu miembro tenso. Te tomo de las manos y las llevo al el aire y vuelo, y te dejo que me toques la piel fría, erizada como hielo. Vuelvo a girar, me resbalo por tu costado derecho, deslizo mis pies como serpientes entre los tuyos, frotándote con las pantorrillas los muslos. Dejo que mi pelo largo se derrame sobre tus ingles, caiga sobre tus caderas ondulantes y acompasadas; que sientas el roce y el vaivén de algas marinas, el canto de sirenas. A tiempo me siento y galopo al ritmo de una música que escucho dentro, y empujo con violencia y pataleo como si estuviera naciendo, como si ambos naciéramos, como si a través nuestro se diera a luz el universo. Entonces rompo el silencio. Grito, gimo y hago todo el estruendo que hace falta para que me oigan todas las diosas de todos los reinos y me concedan ser una más de ellas, de nuevo.

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