martes, 4 de septiembre de 2012

Saber cómo

Me encuentro una y otra vez con mi incapacidad para saber el cómo de las cosas más básicas, simplonas de esta vida. Cosas como ir a la playa. Siendo una actividad de recreo, uno creería que no involucra de manera ninguna una estrategia, pasos u herramientas. Pues mal. Equivocado. Ir a la playa, así como otros ires (al parque, a casa de amigos a cenar, a...) tienen un método, unos procedimientos que si no son cuidados con precisión alquímica, puede ocurrir que te chamusques bajo el sol inclemente, que te gastes pasta innecesariamente (cantidades nada despreciables) en bienes comunes como agua o cigarros, que pases días enteros intentando sacarte la arena de cuanto orificio corporal, ropa o artefacto hayas llevado contigo, y un larguísimo, interminable ectétera.
Pues mi aprender estos cómos cotidianos es igual a cero. Y no es una cuestión de experticia, es más, poner la experticia como criterio en este contexto parece casi ridículo: ¿Experta en ir a la playa? Pero sí, sí señores, así es, no importa cuántas veces vaya a la playa, si voy cada día del mugroso verano, siempre me escacho en una o varias de las impajaritables condiciones para la felicidad playera. El bloqueador solar, pareo o toalla dependiendo de si la arena es no sé cómo, el aceite de bronceado, libro para no aburrirse de escuchar el mar y los niños, una cosa que viene en una lata y sirve para echarse encima a modo de spray, refrescarse y tocar la gloria... Eso sin contar el millar de minucias añadidas como si tu piel es así o asá, las marcas de los productos de playa y si son ecológicos o no, o el lavado posterior de la ropa y las toallas, y puff, larga vida a la chica playera.
Y así con todo, todas las cosas cotidianas. Siempre hay algo que no tengo en cuenta, una cosa que se me olvidó: Traje flan sin cuchara, fruta sin cuchillo para cortar, un libro que ya estoy terminando para una espera de horas eternas, una falda corta cuando ya comienza a hacer frío invernal, los zapatos incómodos cuando hay que caminar. Mi retentiva, o mi atención dispersa, o mi caótica manera de hacer, me dejan siempre desprovista de algún adminículo o recurso de absoluta necesidad para poder departir cómodamente o simplemente estar. Por eso me alucina cuando veo personas que de manera natural tienen desarrollado eso que quizá sea un primo hermano del instinto de conservación. Ellos saben cómo. ¡Saben cómo! Para mí, estas personas son casi como si hicieran parte de una orden mística cuyos profetas y santos has esparcido una palabra que será vetada para mí de por vida. Pensar en el cuchillo para cortar una sandía cuando uno va de camping es para mí equiparable al razonamiento matemático más desarrollado. Estas personas son pequeños Einsteins del saber cómo. Y yo siempre me veré patosa a su lado con mi culo lleno de arena, mis inadecuados pareos y mi cubertería ausente.

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