sábado, 21 de julio de 2012

Papel burbuja

Creía tener la suerte de estar recubierta de papel burbuja. Caminaba asumiendo que si caía, no se haría ningún daño. No necesitaba tampoco arrastrarse, pues la blanda cobertura le favorecía rodar en cambio y así mantener siempre intacta la dignidad. Cuando el monstruo horroroso aparecía en sus pensamientos o sus sueños, ella comprobaba la utilidad del papel burbuja para mantener las cosas delicadas, su presencia no la rasguñaba ni sus palabras penetraban. Su alma de porcelana estaba salvaguardada. Siempre lo estaba excepto ciertos días lúgubres en que todo parecía más real, en que el mundo estaba cerca, tangible y amenazante. Entonces, el papel burbuja desaparecía. Al penetrarla los sablazos, tajo a tajo, ni siquiera se escuchaba un mínimo "pop".

Rompecorazones

Cuando salieron a la clase de música, Manu se escurrió entre los otros niños y con subterfugio impecable logró su cometido. Al volver de clase, Karina encontró sobre su asiento una bolsita transparente llena de dulces, gominolas, chocolates y caramelos blandos. La detalló y examinó su contenido. Miró a su alrededor. Ningún indicio de por qué estaba allí la bolsa. Así que la tomó y la llevó a la profesora reportándola como objeto perdido.
Nunca apareció el dueño. Manu no quiso decir que eran suyos, principalmente porque no lo eran, eran de Karina, aunque ella no se hubiese dado cuenta. Karina en el fondo siempre tuvo la duda de si al entregar la bolsita a la Señorita Linares no estaba rompiendo dos corazones.

Decrepitud

Si tan sólo pudiera imaginarme vieja quizá perdería este miedo al tiempo. Hacerme a la idea de los ruidos del cuerpo, la piel caída, las varices, los músculos fofos. Al menos pensar mi cara con los rastros de la edad, o mejor aún, mi cabeza, mi corazón al que le han pasado los años. Si pudiera entender la decrepitud del cuerpo, la acumulación de los años en la trastienda de mi cerebro quizá andaría más consciente por el mundo de los mortales. Podría acercarme más y más a la muerte con la serenidad de un lápiz que no deja de ser tajado y se acaba. La fealdad es signo de mi perecer, pero yo no la entiendo y sólo me apanico, me aferro y me muero.

domingo, 1 de julio de 2012

Arraigo

Iba llevando el peso de la soledad y el desarraigo, con su forma de u invertida terca y equivocada. Cada vez más encorvada, se inclinaba hacia el suelo hasta que con los años se encontró cara a cara con la superficie. Besando el piso no tuvo más remedio que admitir que era hija de la tierra, su compañera silenciosa siempre.