domingo, 25 de marzo de 2012

Olvidar y recordar

La bailarina realizaba una improvisación que en su momento fue nueva, pero que de tanto repetirla se había quedado con movimientos encallados, fijos, que ya no eran más naturales. Si bien cada reproducción podía decirse disímil de las anteriores, también cazaba en algunos puntos como dos croquis de papel calcante que se superponen formando la misma figura que sin embargo es diferente. La bailarina no deseaba replicarse, en absoluto; ella quería que su cuerpo libremente expresara movimientos puros, pero el hábito por si mismo había oxidado el mecanismo motriz condenando su organismo al automatismo. Hacer que el cuerpo siga patrones prediseñados comporta gran esfuerzo, pero éste no es comparable con el que sería necesario para olvidar lo que se ha quedado fijo. Recuperar la libertad que la recordación nos quita sin por ello perder la memoria que nos erige, es quizá la tarea más ardua a realizar como seres humanos. Peinarse sin seguir los manierismos familiares y conocidos, sonreír o golpear algo de una manera inusitada y nueva son labores fatigosas que requieren de nuestra voluntad completa para ser desarrolladas con éxito. Eso en la pequeña pero no despreciable escala de los hábitos musculares, ya no hablemos de los movimientos de la conciencia que nos requieren la continua encarnación-despersonalización para dilatar nuestra reducida existencia. Aunque en nuestras vidas nos esforcemos tanto por retener y tengamos nuestras fugas de memoria como una maldición, está claro que la recordación a veces también puede ser castigo divino. Memoria y olvido se urden en un entramado indiscernible que es la médula de nuestra condición humana, efímera pero eterna. Como decía la bailarina, a veces olvidar es más difícil que recordar.
(Texto inspirado en la obra “Retrospectiva” de Xavier Le Roy)

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