sábado, 10 de marzo de 2012

La piel de mi niña

Cuando era pequeña mi padre me leía antes de dormir, o me cantaba canciones de cuna hechas por la izquierda revolucionaria donde se hablaba de niños desnutridos, hijos de padres obreros esclavizados. Había, recuerdo, una canción sobre un negrito cuya mamá le compraría fruta algún día, a saber cuándo; había otra en la que mi piel era alabada porque olía a dulce mango y a azúcar, pero luego se me aseguraba una guerra necesaria que permitiría a todos los niños felices jugar. De las historias de los libros no se puede decir nada muy distinto, es vox populi que los libros infantiles deberían estar catalogados para mayores de 18.
Muchos años han pasado y yo sigo en este mundo donde lo único que ha cambiado es que mi piel huele a trasegado. Los negritos, muchos de ellos, se quedaron esperando el reino prometido; se han hecho muchas guerras y ninguna de ellas parece haber liberado a niños de ninguna clase, más bien todo lo contrario. Mi padre me arrulló cantándome las odas a un mundo justo por venir, prometiéndome con su voz poner de su parte para que yo viera una sociedad diferente. Ayer, leyendo el periódico, se me escurrían las lágrimas mientras tarareaba para mí misma: "pirulí giraluna, pirulí pirulero, la piel de mi niña huele a caramelo...".

2 comentarios:

  1. Sin palabras. No tengo palabras para describir lo que he sentido al leerlo. Quizás una sí se me ocurre ahora: GRACIAS!

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, por leerme y por dejarte tocar con mis palabras. Muchas gracias.

    ResponderEliminar