martes, 6 de marzo de 2012

Atenea

Atenea se sentó al borde del camino, puso su escudo boca arriba y vertió agua en él. Se miró en el espejo cóncavo, tocó con la punta de su lanza la superficie y vio su rostro ondulante perder la nitidez. El reflejo perturbado le mostraba una diosa, siempre tan guerrera, ahora derrotada. Estaba cansada de ser alabada por héroes venidos a menos que buscaban en ella la fuerza, agotada de batallar luchas que desde el comienzo están perdidas, aunque al final se ganasen.
Al recuperar su imagen clara, volvió a tocar la superficie del agua reposada con su dedo, sintiendo el frío, la lejanía, la compañía herrumbrosa de sus armas desganadas. Atenea tenía su eros -ni más faltaba- pero sería siempre distinto del de Afrodita.

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