martes, 10 de enero de 2012

Literatura Femenina

Me he pasado la vida odiando la literatura femenina por insubstancial, blanda, sensiblera y aburrida. Hacia mis 16 años decidí no leer libros escritos por mujeres que no fueran Sylvia Plath para ahorrarme el tiempo, el dinero y la decepción con las exponentes de mi propio género que me dejaban siempre con sabor a tontería y poco talento.
El exilio al que sometí la escritura de mujeres duró alrededor de 10 años, periodo al final del cual por pura casualidad me topé con ‘Delirio’, una obra maestra de la literatura. Su autora, Laura Restrepo, podría bien ganarse el Nobel, digo yo, que a estas alturas ya me he leído toda su obra. Me impresionó la fuerza de sus relatos, su manera de relatar precisa, incisiva, digna de un alma grande e imponente. Leyéndola no pude más que pensar en qué idiota había sido por perderme medio mundo literario sólo porque en mi adolescencia quise vomitar encima de alguna cursilería de la Allende. En ese momento comenzó mi reconciliación con las mujeres escritoras, y para qué voy a decir que no, también la aceptación de mi propia mujer y de todo lo relacionado con ella, comenzando por mi madre y mi patria. Descubrí en ese proceso que aceptar la ‘Feminidad’ y aceptar ‘Ser Mujer’ como que son dos cosas bien distintas. Para entonces, yo estaba bastante convencida de estar en paces con mi feminidad porque después de haber sido un marimacho toda mi adolescencia y parte de mi juventud temprana, ya disfrutaba de las faldas, el maquillaje, los accesorios y más recientemente de los escotes moderados y la coquetería descarada. Cocinaba con pasión, me arreglaba antes de salir, etcétera, etcétera. Si esas cosas eran la feminidad, es decir, si una mujer femenina es la que hace dichas cosas, mi rechazo a la literatura de mujeres no tenía nada que ver con una oclusión de ella. ¡Si yo era femenina!
El gradual gusto que le he ido tomando a las novelas escritas por mujeres me ha mostrado lo que realmente estaba yo repudiando en las páginas de los libros mujeriles. Comencé a intuirlo cuando leía Elena Ferrante, pero la cosa me cayó encima como un yunque ayer mientras entretenía mi paladar con la nueva novela de Marcela Serrano, otra obra que, por excepción del final que no hace honor al resto, considero impecable. El libro se llama nada más y nada menos que ‘Diez Mujeres’ y sí, relata 10 historias duras de mujeres admirables con unos dolores que todos se parecían a los míos que he llevado toda la vida. Doliendo el libro fue que me fui a enterar que ‘ser mujer’ remonta a muchísimo más que ‘ser femenina’. Evidentemente lo sabía desde antes, lo he sabido desde siempre, pero hay que ver lo ciegos que podemos ser a veces. Aceptar verse linda y ser seductora es un micro porcentaje de lo que ser mujer representa en nuestras sociedades de herencia latina. Cuando uno lee literatura femenina no puede más que ser confrontado con los destinos de esas congéneres que han sido madres, esposas, hermanas, hijas, locas, amadas y amantes y en todos esos roles han sido exponentes de terrible sacrificio. SACRIFICIO. Han perdonado lo imperdonable, acariciado lo imposible, arropado lo indefenso y lo vulnerable. Ser mujer hispana significa sacrificio y yo, que más bien podría decirme una intelectual contradependiente, quiero morir de asco, indignación e injusticia cuando pienso en el rol social que me ha sido asignado. Me entra una rebeldía que en un tiempo se vistió de ganas de ser hombre, en otro de ganas de matar al hombre y ahora de ganas de aprender a ser, no igual siquiera a él, simplemente yo misma desde la más profunda expresión de mi ser mujer, así no más, sin compararme todo el día con los machos a mi alrededor (Hábito desesperantemente agotador). También me avergüenza el feminismo amachado de vieja guardia que produjo su literatura en su momento, la cual para mi gusto puede perfectamente ser quemada con los sostenes de esas mujeres que nos quisieron condenar a ser lo que no somos.
Creo necesario que ya habiendo escritoras capaces de contar las historias del género que se ha construido en medio del patriarcado, comience a haber mujeres que narren una feminidad que no esté centrada en torno a los mismos cánones eternos y que tampoco sea ‘emancipada’ (por favor, qué palabra más horrible), sino que sea auténtica, espiritual y bella. Aquí vengo a poner mis letras, mi cabeza, mi corazón y mi útero completito por ese intento.

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