jueves, 3 de noviembre de 2011

Tesoro

Cuando era pequeña tenía una cajita donde guardaba tesoros. Siempre iba caminando mirando al suelo, buscando cualquier cosa digna de ser guardada. Entre los objetos adquiridos se encontraban: Un botón blancuzco de un centímetro de diámetro, un pedazo de malla de asbesto cuyas uniones soldadas me parecían preciosas, un trozo de vidrio azul (probablemente de una botella de perfume, imaginaba yo, aunque ahora lo creo improbable), una cuenta iridiscente que debía haber pertenecido a un pendiente, y un pedazo de bluetag verde.
Un día le enseñé a otra niña mis tesoros y ella, retorciendo la cara con el más alto desprecio, me preguntó que si mi mamá me permitía guardar basura.
Cerré mi mano y guardé mi cajita nuevamente sin responder, sintiéndome incomprendida y preguntándome triste qué podría pasarle a esa niña para no darse cuenta de lo magnífica que era mi colección. Quise incluso ofrecerle el pedazo de vidrio azul, mi gran favorito, para sanar su alma rota, pero me dio vergüenza.
Volví a casa y escondí mi cajita en el fondo del cajón de mi nochero. No creía que mi mamá fuera a despreciarla, pero preferí no arriesgarme. Siempre me aferré a las cosas bonitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario