sábado, 26 de noviembre de 2011

Prioridades

Haya tal vez errores terribles que he cometido en mi vida por la falta de reconocimiento de la elasticidad y fuerza de mi miocardio. Explícome: Escuchaba ayer la historia de un hombre que su propio corazón había roto en pos de unos ideales tales y cuales sobre cómo vivir la vida suya, que suya era y no de otros y en esta reivindicación se ha pasado su tiempo. También la historia de una aguerrida mujer que amole con una incondicionalidad no correspondida y dolorosísima tipo hierro de campana. Como eran la misma, ambas historias, llena me vi de una tristeza perpetua que a sacudirse se niega y sigue hoy aferrada a las membranas mucosas de mi estómago nutriéndome con su azul oscuro.
La narración era de una belleza indecible, pero la tristeza me llegó cuando escuchándole al hombre reparé en que de la misma herencia que él soy, y me sentí de repente ¡tan aterradoramente equivocada! ¡Vanidosa, dura, fatua! Quise algunos litros lacrimógenos desparramar sobre el martillo con el que he ido siempre quebrando mi propio centro en la mareada y torpe carrera que llevo para tocar la realidad en su pura vena. Desolada estaba, no porque el hombre y yo hiciéramos un poco lo mismo, sino porque clara era la diferencia en la calidad de su tejido cardiaco y del mío. A diferencia del suyo, el mío débil es y se despedaza desgarrándose tras cada detonación, casi imposible de volver a coser. Mi musculatura cardíaca -y entender esto ya más me vale- es frágil y necesita ser cuidada con amor blanca nieves o bella durmiente. Puede que el hombre esté correcto en su quehacer porque su corazón es animal de estepa. El mío sin embargo es quizá más parecido al de la mujer en la historia, y sea tal vez lirón que quiere hacerse nidito y donde es calientito aprender a quedarse sin tener que enredarse en las prioridades basadas en ideologías que, al final, son todas ilusas y se desploman falsas revelando la ingenuidad de mis sacrificios que sin saber unir, siempre desintegran.

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