domingo, 6 de noviembre de 2011

Diana

Diana es esta mujer maravillosa que a sus 40 años mantiene una perfecta forma y un espíritu prodigioso. Hablar con ella es como sumergirnos juntas con ojos cerrados en hondonadas pantanosas, con una complicidad que avanza ciega pero deleitada. Me fascina su conversación culta pero flexible e ingeniosa que permite también la banalidad y el sentido del humor. Es una delicia la manera como usa el lenguaje, me relamo en la exquisitez de sentirme entendida e identificada en las sutilezas y las nimiedades.
Pero sobre todo, valoro la sensación aterciopelada que me eriza los pelos cuando veo que alguien más entiende cómo es eso de entrar en la más absoluta melancolía y el sinsentido, de sentirse pesada e inútil para la vida y luego, así no más, recobrar el alma por el simple motivo de ver papel vegetal de colores, telas japonesas con estampados brillantes o lucecitas que titilan.
Es complacida con cosas como este tejido que urdimos juntas, que puedo comenzar a reconciliarme con el género humano.

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